Trocha Ganadera, Guaviare
“Ese allá es un macano. Este de acá, un guamo bonito. Ese, un pavito. Ese chiquito es el milpesillos. Esta que se enreda una vainilla. Allá un moriche”.
Flaviano Mahecha va recorriendo un claro en el bosque de menos de cincuenta metros cuadrados. A donde mira, extiende su brazo y señala otro árbol cuya fisonomía se sabe de memoria, como si leyera de una enciclopedia botánica.
“Y esta de aquí es la palma de asaí, el tesoro del que estamos viviendo”, dice, señalando una esbelta palmera cuya copa está oculta entre la densa copa de otros árboles, que no dejan ver los pequeños frutos morados que llevan años de boom comercial en Brasil y que en Colombia está despertando.
“Si nosotros hacemos un análisis del bosque que tenemos, hay mucho que nos puede dar para comer y mejorar nuestra calidad de vida. Hay potencial alimenticio y económico, sin hacerle daño al bosque”, dice este campesino de mostacho largo, sombrero marrón, pantalón a cuadros y bota de caucho...